Alcohol y adolescencia
Psicología ES

Alcohol y adolescencia


Llevamos muchos años tratando de retrasar la edad con la que los adolescentes se inician en algunos comportamientos de riesgo, como el consumo de tabaco, alcohol y hachís, o las relaciones sexuales. Los motivos de este interés parecen claros: durante la adolescencia temprana aún no están maduros los circuitos cerebrales relacionados con el control del comportamiento, mientras que sí lo están los relacionados con el placer. Eso quiere decir que entre los 12 y los 15 años los adolescentes son muy propensos a desarrollar una adicción, y cuando algo les gusta no hay quien los pare. Lo adultos que comenzaron a fumar a esa edad, o incluso antes, pueden dar fe de lo complicado que resulta desengancharse del hábito. En el caso de la iniciación sexual precoz, no tenemos nada en contra de que los adolescentes disfruten pronto con el sexo, pero podemos argumentar que chicos y chicas tan jóvenes no son capaces de calcular con claridad las consecuencias negativas del sexo sin protección, como son las enfermedades de transmisión sexual o los embarazos no deseados.

En esas estábamos cuando nos encontramos con la sorpresa que nos depararon los resultados de un estudio que hemos llevado a cabo en el Departamento de Psicología Evolutiva de la Universidad de Sevilla. En esta investigación longitudinal hemos seguido entre los 13 y los 19 años a un centenar de adolescentes de nuestra provincia, a los que hemos entrevistado en varias ocasiones. Se trata de un tipo de investigación muy costosa y poco frecuente en nuestro país, ya que la mayoría de estudios sobre adolescentes se limita a pasar cuestionarios en una única ocasión, y, por lo tanto, no pueden sacar ningún tipo de conclusión sobre las consecuencias a medio plazo de algunos de los comportamientos estudiados. Como nuestro estudio sí nos permitía analizar esas consecuencias, nos preguntamos por la relación que podía existir entre el consumo de alcohol o hachís, o la experiencia sexual, a los 13 años y el ajuste psicológico y conductual al final de la adolescencia. Nuestros resultados coincidieron con los de otros estudios llevados a cabo en Estados Unidos, al indicar que los adolescentes con experiencia en estos comportamientos, no sólo no desarrollaron más problemas de conducta a lo largo de la adolescencia, sino que, además, mostraron una mayor autoestima y menos problemas emocionales y depresivos. Algo parecido ocurría con los conflictos con los padres, puesto que aquellos adolescentes que a los 13 años se mostraron más beligerantes en casa eran quienes más ajustados estaban cuando la adolescencia tocaba a su fin. Hay que aclarar que se trataba de conflictos no muy intensos, de una experiencia sexual limitada, y de un consumo de alcohol y hachís moderado y experimental, ya que contrariamente a lo que podría pensarse a partir de las noticias sensacionalistas que aparecen en la prensa, los datos del Plan Nacional de Drogas indican una clara disminución durante los últimos años del consumo de alcohol entre los adolescentes.

Tal vez estos resultados no sean tan sorprendentes si tenemos en cuenta que algunas conductas de riesgo, a pesar del peligro que conllevan, pueden suponer también una oportunidad para el desarrollo y el crecimiento personal. Como señaló el psicólogo Erik Erikson, la adolescencia es una etapa de moratoria psicosocial en la que chicos y chicas, alejados de las responsabilidades propias de la adultez, deben experimentar distintos roles y comportamientos de cara a adquirir una identidad personal. Tal vez, la misma curiosidad que lleva a nuestros adolescentes a experimentar con el alcohol, el hachís o el sexo, sea la que les lleva a mostrase críticos y cuestionar los valores de los adultos, a viajar y conocer otras personas y otras ideas, a leer y a ver cine. Es posible que una actitud adolescente conservadora y de evitación de riesgos, preferida por muchos padres y educadores, esté asociada a una menor incidencia de algunos problemas comportamentales y de salud. Sin embargo, también es bastante probable que esa actitud tan precavida conlleve un desarrollo deficitario en algunas áreas, como el logro de la identidad personal, la creatividad, la iniciativa personal, la tolerancia ante el estrés o las estrategias para afrontar problemas.

Por otra parte, antes de criminalizar a nuestros jóvenes, y pensar como Jorge Manrique que cualquiera tiempo pasado fue mejor, hay que recordar que nuestra generación creció en un contacto estrecho con el tabaco y el alcohol. Aunque la iniciación, que era muy precoz, tenía lugar en casa, en cantidades moderadas y bajo la atenta supervisión parental. Quién no recuerda la quina Santa Catalina para abrir el apetito, el tinto con casera en las comidas, la copita de ginebra para los dolores de la regla, o la palomita de anís en las mañanas invernales antes de ir a la escuela. Hoy día nuestros chicos y chicas no tienen su bautismo de alcohol en familia, que se ha convertido en un espacio libre de alcohol y de humos, y es frecuente que la primera vez que un adolescente prueba el alcohol éste sea de alta graduación, y lo haga con los amigos y de forma abusiva. No es extraño que este organismo virgen no resista la dosis, y muchos chicos y chicas terminen en urgencias al borde del coma etílico. Así, es la mayor visibilidad y repercusión social de esta nueva forma de consumir la que puede llevarnos a la falsa conclusión de que la juventud actual bebe más alcohol que generaciones anteriores. En absoluto creo oportuno promover el consumo de alcohol y hachís entre nuestros adolescentes, pero tal vez convenga abandonar la política de la tolerancia cero, y volver a la idea del consumo responsable y moderado. ¿O es que el hecho de un joven se fume un canuto supone que se va a convertir en un drogadicto? Y si disfruta del sexo de forma responsable, ¿es acaso un perverso? Tal vez, algunos estén interesados en generar una imagen negativa y sensacionalista de nuestros jóvenes que cree la alarma social necesaria para justificar la implantación de medidas coercitivas y la restricción de libertades.




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