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Crecer con animales: Beneficios e inconvenientes
Entrada original publicada en el blog Me lo ha dicho Margarita el 5 de diciembre de 2012
por Olga F. Carmona"... llegan las navidades y es un tiempo crítico donde los escaparates de llenan de dulces cachorros que nos miran con ojos suplicantes. Es un buen comienzo explicar a nuestros hijos que los amigos no se compran, que no deberían estar en un escaparate como el resto de juguetes de plástico y que si verdaderamente queremos compartir la vida con un animal, hay cientos de ellos malviviendo en perreras, sin familia ni oportunidades y nosotros podemos ser su familia. Este es un comienzo muy diferente para nuestros hijos, donde ya pueden empezar a sentirse orgullosos de dar, de ser partícipes de un inmenso gesto de amor y generosidad hacia otro más débil. Lo creamos o no, les estamos haciendo un regalo de proporciones difícilmente cuantificables en su aprendizaje sobre quienes son y de qué son capaces." Ya se que puede sonar ambiguo o poco comprometido, pero mi respuesta como psicóloga clínica, como terapeuta infantil y como madre es: DEPENDE.
Para empezar me gustaría recalcar que no me gusta el término mascota. Me parece que cosifica y reduce al animal a la categoría de objeto. Y como creo firmemente que las palabras crean realidad, incluso la determinan, hay que cuidar el lenguaje. Una mascota es un peluche, un objeto de apego. Un animal tiene vida, necesidades, expectativas, capacidad de sufrir y de alegrarse, motivaciones (desde las más simples a las menos) y debe tener entonces la categoría de miembro de pleno derecho del hogar al que sea llevado, recordemos, no por su voluntad, sino por la nuestra.
Ahora bien, mi respuesta condicional tiene que ver con que si los padres, responsables en primera y ultima instancia del animal adoptado (no comprado, la vida no se compra, todo no se compra y esta empieza a ser el primer aprendizaje para nuestros hijos) no comparten la filosofía del respeto, el compromiso, el cuidado, la protección hasta el final de la vida de ese animal y lo que quieren es un “juguete interactivo” para sus hijos, entonces la respuesta es NO. NO DEBEN TENER MASCOTA.
Me gustaría hacer hincapié en este punto, ya que llegan las navidades y es un tiempo crítico donde los escaparates de llenan de dulces cachorros que nos miran con ojos suplicantes. Es un buen comienzo explicar a nuestros hijos que los amigos no se compran, que no deberían estar en un escaparate como el resto de juguetes de plástico y que si verdaderamente queremos compartir la vida con un animal, hay cientos de ellos malviviendo en perreras, sin familia ni oportunidades y nosotros podemos ser su familia. Este es un comienzo muy diferente para nuestros hijos, donde ya pueden empezar a sentirse orgullosos de dar, de ser partícipes de un inmenso gesto de amor y generosidad hacia otro más débil. Lo creamos o no, les estamos haciendo un regalo de proporciones difícilmente cuantificables en su aprendizaje sobre quienes son y de qué son capaces.
Ahora bien, si aún compartiendo ese espíritu hacia los animales, somos honestos y llegamos a la conclusión de que nuestro tipo de vida no tiene el espacio, el tiempo, la flexibilidad, la tolerancia o la economía para sostener otra vida, entonces mi respuesta sigue siendo NO.
No parece justo ni para el animal, ni para nuestros hijos dar a ambos ejemplo de abandono o negligencia.
Ahora bien, la parte positiva de que nuestros hijos compartan su vida con un animal, es tan rotunda, tan grande y tan llena de riqueza para ellos que si estamos dispuestos, desde el profundo respeto a la vida, desde el compromiso y desde la responsabilidad a ofrecerles esta posibilidad, no va a alcanzar este post para resumirla.
Simplificando mucho, los beneficios son de toda índole, físicos y psicoemocionales.
Por nombrar algunos de los beneficios físicos ya científicamente demostrados, aunque intuitivamente se sabían, están por ejemplo una menor probabilidad de tener asma o alergia al pelo cuando hay contacto temprano con perros o gatos, reducción de la tensión arterial; al tocar a un perro o gato segregamos endorfinas, los opiáceos endógenos que nuestro propio cuerpo secreta para producir placer y reducir el dolor.
Ahora bien, los niños, al convivir con un animal, especialmente perros o gatos, aumentan su autoestima por múltiples razones: los pequeños se sienten aceptados de forma incondicional, sin juicios de ningún tipo; se sienten queridos, aprenden también una forma de amar más allá de la palabra y de los actos, simplemente porque existen.
Hay por tanto también un desarrollo de la comunicación no verbal, fundamental en la evolución de nuestros hijos desde el nacimiento hasta la edad adulta.
Desde el cuidado, la responsabilidad y el respeto que ven en sus padres hacia el animal, aprenden qué significa compasión, empatía, lealtad, generosidad, compromiso, aceptación, límites.
A través del día a día con el animal, los niños aprenden el ciclo de la vida, el nacimiento, la reproducción, la enfermedad, la muerte.
También se ha demostrado que los niños que conviven con un animal tienen menos agresividad porque el contacto con él, disminuye el estrés.
Al compartir la vida con un animal, el niño también se percibe como parte de un todo, una especie de conexión con el resto de la naturaleza que le confiere humildad y a la vez grandeza.
Los animales, especialmente los perros, transmiten una gran capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas y del momento, es decir, del “aquí y ahora”. Ambas características forman parte de la receta básica sobre cómo alcanzar la felicidad. Los niños son grandes expertos también en el “aquí y ahora” pero a veces se desconectan de su propia capacidad para disfrutar de los detalles, ya que crecen y viven en un mundo en el que los sobreestimulamos con exceso de objetos y actividades, cuanto más complejas y didácticas, mejor.
Salir al campo a caminar, observar el ruido del agua cuando tiramos una piedra, tocar, oler, correr, jugar, sin otro objetivo ni necesidad, es algo que puede brindar un perro a nuestros hijos mientras fortalece su vínculo hacia el animal, hacia nosotros y hacia sí mismo.
"Hasta que no hayas amado a un animal, una parte de tu alma permanecerá dormida". (Anatole France)
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