Freud, S. - Pulsión y destino de pulsión (1915)
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Freud, S. - Pulsión y destino de pulsión (1915)


Freud define a la pulsión como «un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma». Unos pocos años antes, hacia el final de la sección III de su estudio del caso Schreber definió a la pulsión como «el concepto fronterizo de lo somático respecto de lo anímico, [ ... ] el representante psíquico de poderes orgánicos». Y en Tres ensayos de teoría sexual (1905d), la definió como «la agencia representante psíquica de una fuente de estímulos intrasomática en continuo fluir [ ... ] uno de los conceptos del deslinde de lo anímico respecto de lo corporal». Estas tres caracterizaciones parecen dejar en claro que Freud no trazaba distinción alguna entre una pulsión y su «agencia representante psíquica». Sin embargo, en los artículos posteriores de esta serie, parecería que Freud traza allí una distinción muy neta entre la pulsión y su representante psíquico. El ejemplo más claro es quizás un pasaje de «Lo inconciente»: «Una pulsión nunca puede pasar a ser objeto de la conciencia; sólo puede serlo la representación que es su representante
Freud introdujo la expresión «pulsiones yoicas», a las que identificó, por una parte, con las pulsiones de autoconservación y, por otra, con la función represora. De ahí en más el conflicto se presentó regularmente como un conflicto entre dos series de pulsiones: la libido y las pulsiones yoicas.
Un pasaje de Introducción al narcisismo muestra que Freud ya presentía que esta clasificación «dualista» de las pulsiones quizá no fuera válida. James Strachey


Un concepto básico, por ahora bastante oscuro, pero del cual en psicología no podemos prescindir, es el de pulsión. Intentemos llenarlo de contenido desde diversos lados.
Primero del lado de la fisiología. Esta nos ha proporcionado el concepto del estímulo y el esquema del reflejo, de acuerdo con el cual un estímulo aportado al tejido vivo desde afuera es descargado hacia afuera mediante una acción.
¿qué relación mantiene la «pulsión» con el «estímulo»? la pulsión sería un estímulo para lo psíquico. Pero enseguida advertimos que no hemos de equiparar pulsión y estímulo psíquico. Es evidente que para lo psíquico existen otros estímulos que los pulsionales.
Hemos obtenido material para distinguir entre estímulos pulsionales y otros estímulos (fisiológicos) que influyen sobre el alma. En primer lugar: El estímulo pulsional no proviene del mundo exterior, sino del interior del propio organismo. El estímulo opera de un solo golpe
La pulsión  en cambio, no actúa como una fuerza de choque momentánea, sino siempre como una fuerza constante. Puesto que no ataca desde afuera, sino desde el interior del cuerpo, una huida de nada puede valer contra ella. Será mejor que llamemos «necesidad» al estímulo pulsional; lo que cancela esta necesidad es la «satisfacción». Esta sólo puede alcanzarse mediante una modificación, apropiada a la meta (adecuada), de la fuente interior de estímulo.
El sistema nervioso es un aparato al que le está deparada la función de librarse de los estímulos que le llegan, de rebajarlos al nivel mínimo posible; es un aparato que, de ser posible, querría conservarse exento de todo estímulo. atribuyamos al sistema nervioso el cometido de dominar los estímulos. Los estímulos exteriores plantean una única tarea, la de sustraerse de ellos, y esto acontece mediante movimientos musculares de los que por último uno alcanza la meta y después, por ser el adecuado al fin, se convierte en disposición heredada. Los estímulos pulsionales que se generan en el interior del organismo no pueden tramitarse mediante ese mecanismo. Por eso plantean exigencias mucho más elevadas al sistema nervioso y lo mueven a actividades complejas, encadenadas entre sí, que modifican el mundo exterior lo suficiente para que satisfaga a la fuente interior de estímulo. Tenemos derecho a inferir que ellas, las pulsiones, y no los estímulos exteriores, son los genuinos motores de los progresos que han llevado al sistema nervioso a su actual nivel de desarrollo.
Si ahora, desde el aspecto biológico, pasamos a la consideración de la vida anímica, la «pulsión» nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal Ahora podemos discutir algunos términos que se usan en conexión con el concepto de pulsión, y son: esfuerzo, meta, objeto, fuente de la pulsión.
Por esfuerzo de una pulsión se entiende su factor motor, la suma de fuerza o la medida de la exigencia de trabajo que ella representa.
La meta de una pulsión es en todos los casos la satisfacción que sólo puede alcanzarse cancelando el estado de estimulación en la fuente de la pulsión. La experiencia nos permite también hablar de pulsiones «de meta inhibida» en el caso de procesos a los que se permite avanzar un trecho en el sentido de la satisfacción pulsional, pero después experimentan una inhibición o una desviación.
El objeto de la pulsión es aquello en o por lo cual puede alcanzar su meta. no está enlazado originariamente con ella, sino que se .le coordina sólo a consecuencia de su aptitud para posibilitar la satisfacción. No necesariamente es un objeto ajeno; también puede ser una parte del cuerpo propio. Puede ocurrir que el mismo objeto sirva simultáneamente a la :satisfacción de varias pulsiones; es, según Alfred Adler [1908], el caso del entrelazamiento de pulsiones. Un lazo particularmente íntimo de la pulsión con el objeto se acusa como fijación de aquella.
Por fuente  de la pulsión se entiende aquel proceso somático, interior a un órgano o a una parte del cuerpo, cuyo estímulo es representado  en la vida anímica por la pulsión.
He propuesto distinguir dos grupos de tales pulsiones primordiales: las pulsiones yoicas o de autoconservación y las pulsiones sexuales.
Lo que la biología dice sobre esto no contraría por cierto la separación entre pulsiones yoicas y pulsiones sexuales. Enseña que la sexualidad no ha de equipararse a las otras funciones del individuo, pues sus tendencias van más allá de él y tienen por contenido la producción de nuevos individuos, vale decir, la conservación de la especie. Para una, el individuo es lo principal; esta aprecia a la sexualidad como una de sus funciones y a la satisfacción sexual como una de sus necesidades. Para la otra, el individuo es un apéndice temporario y transitorio del plasma germinal, cuasi-inmortal, que le fue confiado por [el proceso de] la generación.
Con miras a una caracterización general de las pulsiones sexuales puede enunciarse lo siguiente: Son numerosas, brotan de múltiples fuentes orgánicas, al comienzo actúan con independencia unas de otras y sólo después se reúnen en una síntesis más o menos acabada. La meta a que aspira cada una de ellas es el logro del placer de órgano. En su primera aparición se apuntalan en las pulsiones de conservación, de las que sólo poco a poco se desasen; también en el hallazgo de objeto siguen los caminos que les indican las pulsiones yoicas Una parte de ellas continúan asociadas toda la vida a estas últimas, a las cuales proveen de componentes libidinosos que pasan fácilmente inadvertidos durante la función normal y sólo salen a la luz cuando sobreviene la enfermedad.
La observación nos enseña a reconocer, como destinos de las pulsiónes sexuales, los siguientes:
El trastorno hacia lo contrario.
La vuelta hacía la persona propia.
La represión.
La sublimación.
El trastorno hacia lo contrario se resuelve, ante una consideración más atenta, en dos procesos diversos: la vuelta de una pulsión de la actividad a la pasividad, y el trastorno en cuanto al contenido. Ejemplos del primer proceso brindan los pares de opuestos sadismo-masoquismo El trastorno sólo atañe a las metas de la pulsión; la meta activa -martirizar, mirar- es remplazada se descubre en este único caso: la mudanza del amor en odio.
La vuelta hacia la persona propia se nos hace más comprensible si pensamos que el masoquismo es sin duda un sadismo vuelto hacia el yo propio, y la exhibición lleva incluido el mirarse el cuerpo propio. Lo esencial en este proceso es entonces el cambio de vía del objeto, manteniéndose inalterada la meta.
En cuanto al par de opuestos sadismo-masoquismo, el proceso puede presentarse del siguiente modo:
a. El sadismo consiste en una acción violenta, en una afirmación de poder dirigida a otra persona como objeto.
b. Este objeto es resignado y sustituido por la persona propia. Con la vuelta hacía la persona propia se ha consumado también la mudanza de la meta pulsional activa en una pasiva.
c. Se busca de nuevo como objeto una persona ajena, que, a consecuencia de la mudanza sobrevenida en la meta, tiene que tomar sobre sí el papel de sujeto. [Por regla general, «sujeto» y «objeto» se utilizan para designar, respectivamente, a la persona en quien se origina una pulsión y a la persona o cosa a la cual aquella se dirige. Aquí, sin embargo, «sujeto» parece designar a la persona que desempeña el papel activo en la relación.]
El caso c es el del masoquismo, como comúnmente se lo llama. La satisfacción se obtiene, también en él, por el camino del sadismo originario, en cuanto el yo pasivo se traslada en la fantasía a su puesto anterior, que ahora se deja al :sujeto ajeno.
El gozar del dolor sería, por tanto, una meta originariamente masoquista, pero que sólo puede devenir meta pulsional en quien es originariamente sádico.
Pero una importante divergencia con el caso del sadismo reside en que en la pulsión de ver ha de reconocerse una etapa todavía anterior a la que designamos a. En efecto, inicialmente la pulsión de ver es autoerótica, tiene sin duda un objeto, pero este se encuentra en el cuerpo propio. Sólo más tarde se ve llevada (por la vía de la comparación) a permutar este objeto por uno análogo del cuerpo ajeno (etapa a).
Una etapa previa semejante falta en el sadismo, que desde el comienzo se dirige a un objeto ajeno.
Nos hemos acostumbrado a llamar narcisismo a la fase temprana de desarrollo del yo, durante la cual sus pulsiones sexuales se satisfacen de manera autoerótica. Deberíamos entonces decir que la etapa previa de !a pulsión de ver -en que el placer de ver tiene por objeto al cuerpo propio- pertenece al narcisismo, es una formación narcisista. Desde ella se desarrolla la pulsión activa de ver, dejando atrás al narcisismo; pero la pulsión pasiva de ver retiene el objeto narcisista. De igual modo, la trasmudación del sadismo al masoquismo implica un retroceso hacia el objeto narcisista; y en los dos casos [o sea, el del placer pasivo de ver y el del masoquismo] el sujeto narcisista es permutado por identificación con un yo otro, ajeno. Si consideramos la etapa previa del sadismo, esa etapa narcisista que construimos, alcanzamos una intelección más general: los destinos de pulsión que consisten en la vuelta sobre el yo propio y en el trastorno de la actividad en pasividad dependen de la organización narcisista del yo y llevan impreso el sello de esta fase.
La mudanza de una pulsión en su contrario (material) sólo es observada en un caso: la trasposición de amor en odio.
El amar no es susceptible de una sola oposición, sino de tres. Además de la oposición amar-odiar, hay la que media entre amar y ser-amado, y, por otra parte, amar y odiar tomados en conjunto se contraponen al estado de indiferencia. De estas tres oposiciones, la segunda, la que media entre amar y ser-amado, se corresponde por entero con la vuelta de la actividad a la pasividad y admite también, como la pulsión de ver, idéntica reconducción a una situación básica. Quizá nos acerquemos a la comprensión de los múltiples contrarios del amar si consideramos que la vida anímica en general está gobernada por tres polaridades, las oposiciones entre:
Sujeto (yo)-Objeto (mundo exterior).
Placer-Displacer.
Activo-Pasivo.
El yo se comporta pasivamente hacia el mundo exterior en la medida en que recibe estímulos de él, y activamente cuando reacciona frente a estos. El yo-sujeto es pasivo hacia los estímulos exteriores, y activo por sus pulsiones propias. La oposición entre activo y pasivo se fusiona más tarde con la que media entre masculino y femenino, que, antes que esto acontezca, carece de significación psicológica.
Las tres polaridades del alma entran en los más significativos enlaces recíprocos. Existe una situación psíquica originaria en que dos de ellas coinciden. El yo se encuentra originariamente, al comienzo mismo de la vida anímica, investido por pulsiones; y es en parte capaz de satisfacer sus pulsiones en sí mismo. Llamamos narcisismo a ese estado, y autoerótica a la posibilidad de satisfacción. El mundo exterior en esa época no está investido con interés  y es indiferente para la satisfacción. En ese tiempo el yo-sujeto coincide con lo placentero, y el mundo exterior, con lo indiferente (y eventualmente, en cuanto fuente de estímulos, con lo displacentero).
En la medida en que es autoerótico, el yo no necesita del mundo exterior, pero recibe de él objetos a consecuencia de las vivencias derivadas de las pulsiones de autoconservación del yo, y por tanto no puede menos que sentir por un tiempo como displacenteros ciertos estímulos pulsionales interiores. Ahora bien, bajo el imperio del principio de placer :se consuma dentro de él un ulterior desarrollo. Recoge en su interior los objetos ofrecidos en la medida en que son fuente de placer, los introyecta y, por otra parte, expele de sí lo que en su propia interioridad es ocasión de displacer.
Así, a partir del yo-realidad inicial, que ha distinguido el adentro y el afuera según una buena marca objetiva, se muda en un yo-placer purificado que pone el carácter del placer por encima de cualquier otro. El mundo exterior se le descompone en una parte de placer que él se ha incorporado y en un resto que le es ajeno. Y del yo propio ha segregado un componente que arroja al mundo exterior y siente como hostil. Después de este reordenamiento, ha quedado restablecida la coincidencia de las dos polaridades:
Así como el par de opuestos amor. indiferencia refleja la polaridad yo-mundo exterior, la segunda oposición, amor-odio, reproduce la polaridad placer-displacer, enlazada con la primera. Cuando el objeto es fuente de sensaciones placenteras, -se establece una tendencia motriz que quiere acercarlo al yo, incorporarlo a él; entonces hablamos también de la «atracción» que ejerce el objeto dispensador de placer y decimos que «amamos» al objeto. A la inversa, cuando el objeto es fuente de sensaciones de displacer, una tendencia se afana en aumentar la distancia entre él y el yo, en repetir con relación a él el intento originario de huida frente al mundo exterior emisor de estímulos. Sentimos la «repulsión» del objeto, y lo odiamos.
Amor y odio, que se nos presentan como tajantes opuestos materiales, no mantienen entre sí, una relación simple. No han surgido de la escisión de algo común originario, sino que tienen orígenes diversos.
El amor proviene de la capacidad del yo para satisfacer de manera autoerótica, por la ganancia de un placer de órgano, una parte de sus mociones pulsionales. Sólo con el establecimiento de la organización genital el amor deviene el opuesto del odio.
El odio brota de la repulsa primordial que el yo narcisista opone en el comienzo al mundo exterior prodigador de estímulos. Como exteriorización de la reacción displacentera provocada por objetos, mantiene siempre un estrecho vínculo con las pulsiones de la conservación del yo, de suerte que pulsiones yoicas y pulsiones sexuales con facilidad pueden entrar en una oposición que repite la oposición entre odiar y amar.
Cuando el vínculo de amor con un objeto determinado se interrumpe, no es raro que lo remplace el odio, por lo cual recibimos la impresión de que el amor se muda en odio. Podemos concebirlo así: en tales casos el odio, que tiene motivación real, es reforzado por la regresión del amar a la etapa sádica previa, de suerte que el odiar cobra un carácter erótico y se garantiza la continuidad de un vínculo de amor.
los destinos de pulsión consisten, en lo esencial, en que las mociones pulsionales son sometidas a las influencias de las tres grandes polaridades que gobiernan la vida anímica. De estas tres polaridades, la que media entre actividad y pasividad puede definirse como la biológica; la que media entre yo y mundo exterior, como la real; y, por último, la de placer-displacer, como la económica.




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