Psicología ES
Grimblat, S. - Crisis social: La Violencia Blanca
Introducción
La violencia social es el tema de preocupación actual tanto de las ciencias sociales como de la comunidad en general. En el caso del campo psi, sus postulados fundamentales se extienden, por un lado, desde la traducción del acontecer de la realidad a esquemas dogmáticos de diferentes órdenes y disciplinas, a impulsos empíricos que pierden y se vacían en el devenir de la práctica de toda consistencia teórica. Pareciera que la teoría que nos sostiene y sus prácticas concomitantes no hubiese sido inventada para intervenir en ese marco. Transmitiendo al profesional la sensación que las “intervenciones tradicionales” no logran transformar el marco en el que se interviene.
A lo que cabría preguntarse: ¿el contexto actual es el mismo que vio nacer a las teorías que hoy son empuñadas en el campo?
Subjetividad
Ciertos postulados teóricos mantienen en sus prácticas operatorias de un marco conceptual que se sustenta en un punto de invariancia, como si se tratara de una sustancia de contraste universal por el que todos los fenómenos sociales pueden ser vistos y leídos a través de la combinatoria de ciertos elementos, más allá del contexto histórico particular, lo que varía es la forma en que se combinan esos elementos y no la estructura (invariante) que los contiene. Esta modalidad de pensamiento es propia principalmente del estructuralismo francés.
Ahora bien, ¿vivimos en el mismo contexto en el que esas teorías fueron postuladas, o el contexto varió? Pensar la violencia social implica repensar si esta no ha variado, no solo en sus modos de manifestación, sino en las formas y mecanismos. Para el análisis de la “violencia social” tomaremos un eje descriptivo y otro clínico. El primero desde lo que S. Barman ha denominado: 1) Modernidad sólida, y 2) Modernidad líquida. El segundo desde los postulados de S. Bleichmar que distinguen “constitución psíquica de producción de subjetividad”.
La modernidad sólida: lo sólido es una propiedad física que implica estabilidad de la forma, permanencia, resistencia que ofrece a la separación de sus átomos. Esto mismo es visto desde la lógica estatal, el Estado es un contenedor que liga y sostiene todo aquello que funcione en él. La modernidad opera bajo una serie de antinomias creando un gasto de funcionamiento dinámico entre individuo-sociedad, lo público-lo privado, explotación-explotados, etc., tensiones que implican un dentro-fuera del sistema creando categorías y criterios de demarcación entre incluidos y excluidos del Estado. Dichas operatorias internas, al mismo tiempo que evitan la dispersión Estatal operan cohesionando por medio de la represión y la violencia. “Por lo tanto el Estado ha prohibido la violencia del ciudadano no porque quiera abolirla, sino porque pretende monopolizarla”, la violencia dentro de la modernidad sólida es patrimonio del estado, ejercida por sus agentes que promulgan el cumplimiento de la ley, que desde una lectura psicoanalítica, encontramos al estado como sustituto del Padre como despliegue metonímico de aquel que instituye la ley.
Lo que se reprime es todo aquello que atente contra la consistencia del estado, la violencia individual, la creatividad, la sexualidad. El ciudadano queda capturado por la tensión dinámica de la antinomia deseo-ley, hay un sufrimiento por la instancia del deseo.
En un texto clásico, Althusser denominó “Aparatos Ideológicos del Estado” a una serie de instituciones que a través de la ideología buscan reproducir los modos de producción. El producto, el ciudadano, reproduce aquello que lo produce, vale decir, el estado produce un sujeto que reproduce al Estado. Entonces éste, no sólo es una organización de prácticas sino una concepción del mundo, de la continuidad de la existencia, una certeza acerca del modo de funcionar de la realidad, que instala una relación recursiva entre producto y productor.
En síntesis: la modernidad sólida mantiene tensiones entre antinomias inclusión-exclusión, ciudadano-Estado. A esta modalidad se la ha denominado Estado paternalista. La violencia es monopolizada por las formas estatales y el padre en la escena familias, bajo mecanismos de significación que ocultan la violencia, o el fin de la misma. El malestar de la cultura se da en la confrontación de las pulsiones y la cultura.
La destitución de lo tradicional: la Modernidad Líquida (el modo en el que opera la violencia blanca).
Lo que Bauman llama derretimiento de la M.S. nos habla de un modo de ser del Estado, ya no como figura sólida sino líquida, cuyas propiedades físicas serían opuestas a la solidez. La Estatalidad líquida tendría a diferencia de la sólida: tendencia a la dispersión, al derrame, un estado fluido, tendencia a la evaporación.
Lewkowics habla de “desfondamiento del Estado”, como el proceso de pasaje de la condición sólida disciplinar basada en los AIE a la líquida, cuya subjetividad es producto de la lógica del mercado. Al decir “desfondamiento” no quiere decir “muerte del estado” ya que sus AIE siguen en pié, lo que no se sostiene es el marco que contiene, por lo tanto, los AIE pierden su consistencia como tales junto a las teorías basadas en la solidez. Estos operan en el vacío o fragmentariamente, rompiéndose el principio recursivo de los AIE, y la eficacia de los marcos teóricos en sus intervenciones tradicionales. Hay un cambio de consistencia que implica repensar los postulados teóricos diseñados para funcionar dentro de la solidez.
En el pasaje de la modernidad sólida a la líquida el producto no reproduce al productor. El individuo ha vencido, se ha emancipado del Estado bajo el precio de haber quedado solo. La solidez tenía una legalidad trascendental, la liquidez es inmanente, se rompe el orden dicotómico del primero, el modelo panóptico disciplinar, el ciudadano deviene consumidor, el primero tiene derechos y obligaciones, el segundo: poder adquisitivo. La lucha ya no es por la inclusión o la exclusión sino por existir. La población deviene superpoblación, no hay adentro ni afuera, se existe o no, todo individuo esta sometido a las mismas condiciones de existencia.
En la solidez el agente de violencia era el Estado; en la fluidez no habría un agente de violencia delimitado sino contingente, no habría operatoria de exceso sino de vacío o déficit, no hay ocultamiento sino encandilamiento. Por lo tanto las intervenciones destinadas a develar lo oculto se tornan funcionales a un sistema que devela todo el tiempo todo.
La violencia blanca denota un inmenso no lugar, un vacío de sentido en torno a las prácticas y sus operatorias desarticuladas. Los efectos de la condición superflua serían las nuevas demandas en la clínica que impactan en la escena de la constitución psíquica. En el campo social esto se manifiesta a través de modos perversos de existencia, el trabajo ad-honorem, sistemas de formación fraudulentos que ofrecen pasantías de especialización sin remuneración, etc. En síntesis, formas que adquiere la existencia en donde el sujeto está sólo sin una instancia organizada que lo sostenga más que los vínculos que el individuo puede establecer situacionalmente, que más que hablar de condiciones de explotación, estas son vividas por el protagonistas como formas de intentar existir, habitar una identidad.
Una clínica posible
En la solidez se sostiene una teoría de la intervención, el campo está configurado de antemano. En la fluidez necesitamos una teorización que parta de las intervenciones, no habría campo como presupuesto previo o estructura, sino un vacío propio del fluido, al campo hay que construirlo por medio de operaciones de cohesión en una militancia constante del pensamiento. Si la subjetividad de la época genera dispersión, un sujeto superfluo, ya no habría un eje subjetivo en lo Estatal, la intervención consistiría en operatorias de cohesión como forma de habitar la nueva situación, que rompa el aislamiento y soledad del individuo. Habría que complementar la definición de subjetividad con la que trabajamos hasta aquí: como el efecto del producto de prácticas, para postular “la subjetividad es el producto de la operatoria cohesiva que hace habitable una situación”.
Sería importante hacer algunas precisiones acerca de los modos de intervención en la Violencia Blanca en la clínica psicoanalítica.
Tendríamos que distinguir entre dos formas de la realidad exterior: la primera nos remite a la constitución psíquica, no significante a priori, en donde la cría humana adquiere lo necesario para la subsistencia y desarrollo, como a la vez las formas de codificación de lo culturalmente codificado, en tanto se den los prerrequisitos para que el sujeto psíquico se constituya. Y aquello que se impone como realidad traumática, insignificante por las vías de la significación operantes en el sujeto ya constituido.
Teniendo en cuenta estas dos formas de “la realidad”, la violencia blanca opera en cada una específicamente: 1) por déficit, cuando atenta contra la constitución misma, 2) por trauma, cuando rebasa la capacidad de ligazón del yo. Tendríamos que distinguir entre aquellos sectores de la población donde el pasaje de la solidez a la fluidez ocurre traumáticamente, ya que su marco referencial, instituciones troncales, los valores superyoicos, se encuentran sometidos a formas de significación, que no logran ligarse en pensamientos que decodifiquen la realidad nueva; de quienes la realidad nueva atenta contra las condiciones de la subjetividad misma. Esto en la clínica se manifiesta en la desnutrición crónica por déficit del vínculo primario, trastornos en la constitución del pensamiento tanto como de las funciones yoicas auto-conservativas y auto-preservativas.
Desde estos postulados la intervención psicoanalítica no se limitaría a hacer conciente lo inconsciente, ni develar lo oculto. Sino que se extiende a un trabajo de construcción y neo-creación. Siguiendo con la distinción propuesta más arriba, en el sufrimiento por trauma: podríamos pensar en intervenciones que tiendan a acercar la brecha entre los valores del Super yo y la capacidad de pensamiento y procesamiento del yo de la nueva realidad. En el del déficit, en primer lugar intervenir sería crear las condiciones para la constitución subjetiva y asistir al paciente en aquellas funciones que por déficit no puede realizar debido a sus fallas constitutivas intentando generar vías para que estas se instalen.
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