LA MUERTE Y LOS NIÑOS
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LA MUERTE Y LOS NIÑOS


La muerte y los niños.

Cada día mueren cientos de personas en el mundo, y a su vez, cada muerte trae detrás un duelo al que se enfrentan las personas cercanas a los que se han ido. ¿Pero qué pasa cuando el que lo sufre es un niño?.
La muerte implica pérdida. Es algo que sigue a la vida con tanta seguridad como la noche al día, el otoño al verano y el verano a la primavera. Tarde o temprano llegamos a ser “conscientes” de que a todos nos va a tocar.
El momento de dar la noticia. ¿Cuándo?. Desde el momento en el que una persona fallece, lo mejor es que el niño se entere lo antes posible. ¿Por quién? La persona que debe informar de lo sucedido, tiene que ser lo más cercana posible. Sus padres, o si no, alguien que le trasmita confianza. Hay que dejar claro que no está solo, que no ha sido abandonado. ¿Dónde?. Un lugar donde el niño se encuentre cómodo, sin gente ni interrupciones. ¿Cómo?. Manteniendo el contacto físico y mirándole a los ojos. No hay que tener prisa en acabar. Hay que dar tiempo para asimilar la noticia. No es apropiado el exceso de información. Hay que ser comprensible, decirle “sé que estás triste”.
Reacciones.
Hasta los 2 años: los bebés se limitan a gritar y llorar y es muy difícil calmarlos. Exageran todo lo que se les viene, tienden al mal humor y al insomnio.
De 3 a 5 años: se sienten culpables y eso les hace creer que cada cosa que hagan en su vida les supondrá un castigo. Creen que la gente vive, muere y vuelve a vivir.
De 6 a 11 años: ya está más claro lo que significa la muerte, se le tiene miedo. Muestran interés sobre lo ocurrido y buscan respuestas.
De 11 años en adelante: tiene lugar una etapa denominada “omnipotencia”; “la muerte existe, pero a nosotros no nos pasará”. Tienden a encerrarse en sí mismos.
¿Cómo debemos reaccionar?. Los niños están en edad de conocer. Hacen preguntas concretas que requieren respuestas concretas. Esto se aplica también al momento de hablar de la muerte. Hay que tener cuidado con lo que decimos y contestar sus dudas de forma sencilla. No se debe mentir a los niños, pero tampoco hay que darles un exceso de información entrando en detalles. Por lo tanto evitaremos expresiones como: “no debes tener miedo”, “ha emprendido un largo viaje”, “está dormido”, “se ha ido”.
Es bueno dejar claro que la muerte es algo irreversible; que no se va a volver a ver a esa persona, aunque él lo seguirá teniendo en su corazón. Conviene evitar los cambios y hay que procurar que todo siga igual al menos durante un año. La familia debe apoyarse, pero cuando alguien se va, no es sustituido nunca. Se acabaron las frases como “ahora tú eres el hombre de la casa”. Todas estas actitudes evitarán que el niño se sienta culpable, ya que muchas veces piensan que si se hubieran portado mejor, tal vez habrían evitado la muerte. Simplemente tienen que saber que la muerte es parte de la vida y que las lágrimas expresan la tristeza que sentimos.
Todos necesitamos colocar a esa persona que se ha ido en un lugar. Según las creencias religiosas, ese lugar suele ser “el cielo” o “el paraíso”… Para los escépticos o no religiosos ese lugar sería “la nada”.
El Funeral. Es bueno que los niños asistan al funeral, ya que de lo contrario puede que de mayores se arrepientan. Aunque si el niño no quiere entrar a ver el cuerpo sin vida, no hay que obligarlo.
Si el niño decide ir, es recomendable decirle los pasos del funeral: como va a estar todo rodeado de flores y velas y con qué gente se va a encontrar. Es necesario que el pequeño sepa que va a ir a despedirse, y después de hacerlo la caja se cerrará y no volverá a ver a esa persona.
Período de aceptación. Los días siguientes a la tragedia, las personas, no importa la edad, reaccionamos de una manera parecida. Las etapas por las que pasamos son las siguientes:
Negación. Somos incapaces de creer que ya ha llegado la hora. Negamos que esa persona haya muerto.
Ira: nos enfadamos con la persona que ha fallecido. “¡estoy sola, no es justo!” “¿cómo ha podido dejarme así?”, “estoy sufriendo por su culpa”.
 Negociación. Pensamos que podríamos haber hecho algo para que el fatal desenlace no hubiese tenido lugar. Queremos volver atrás en el tiempo y cambiar las cosas, llevarle antes al médico, no dejarle salir esa noche…
Depresión: nos dejamos llevar por la tristeza, asumimos los hechos, pero no nos creemos capaces de levantar cabeza. Solo queremos estar solos para poder llorar.
Aceptación. La tristeza sigue ahí, seguimos estando mal, pero entendemos que esa persona no va a volver y que tenemos que seguir adelante. Aprendemos a vivir con esa muerte y a superarla.
Recuerdos.
Las personas somos memoria, somos capaces de almacenar toda nuestra vida y las personas que hemos conocido en ella. Por eso los recuerdos son buenos; son parte de nuestra vida y permanecerán en ella. Y estos recuerdos hacen que la persona que nos dejó nunca desaparezca.
Los niños relacionan el dolor con los recuerdos e intentan olvidar para terminar de sufrir. No es recomendable deshacerse de todo lo que recuerde al fallecido, es bueno guardar alguna pequeña cosa para que te acompañe cuando la persona no puede hacerlo. Al organizar las pertenencias de la persona fallecida cuente con el niño para que se vaya despidiendo poco a poco de sus cosas. Si él no quisiera quedarse con nada, guarde algo, porque más adelante él agradecerá tenerlo.
Para las familias. Si el niño se les va de las manos y creen que es necesaria la ayuda de un experto, no duden en pedirla.
-Reacciones de una niña a quien llamaremos K.J. a los 8 años de edad: cuando le llegó la noticia de que su madre había fallecido, reconoce que todo ocurrió demasiado pronto y en principio no aceptó su muerte. A los 2 años de perder a su madre sigue afirmando: “ella no está, y es algo que no podemos cambiar, me gusta pensar que si, pero en el fondo sé que no”. A los 12 años de edad manifiesta: “ya no volveré a decir mamá, refiriéndome a mi propia madre”, “las personas que hemos vivido algo así, somos más fuertes que el resto”.
-Resumen de “Nana Vieja” (Margaret Wild y Ron Brooks), un libro que invita a los niños a conocer de forma amena sobre el duelo producido por la muerte.
Se trata de Nana vieja y su nieta, que han vivido juntas por mucho tiempo y comparten todo, incluyendo los oficios de la casa. Una mañana, Nana Vieja no se puede levantar a tomar el desayuno como de costumbre. Con calma, va poniendo sus cosas en orden. Finalmente, lleva a su nieta a dar un último y largo paseo para explorar las cosas maravillosas que las rodean.”

Tomado de: “De Ocho a Dos”. Revista Escolar del Instituto “Valle del Ebro”, N° 14, Mayo 2014, p.22.




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