Las obras que figuran arriba tienen algo en común, todas ellas fueron creadas por artistas a los que la enfermedad de Alzheimer ya había comenzado a provocar un deterioro cognitivo y una importante pérdida de memoria. Eduardo Chillida (1924-2002) murió en un avanzado estado de demencia tras un año de incapacitación casi absoluta, sin embargo, durante la década de los 90, cuando ya estaba afectado por la enfermedad, fue capaz de producir algunas obras memorables. Un caso similar es el de Willem De Kooning (1904-1997), artista de origen holandés aunque afincado en Estados Unidos, que a partir de 1970 empezó a experimentar importantes pérdidas de memoria que culminaron con un diagnóstico de Alzheimer. A pesar de ello, el maestro continúo realizando su trabajo de forma intensa, completando varios cuadros a la semana. A juicio de la crítica, el arte de de Kooning no sólo no se deterioró, sino que incluso siguió evolucionando durante la última etapa de su vida.
Estos artistas lograron crear importantes obras a pesar del avance de la enfermedad. ¿Cómo pudieron seguir creando a pesar de las limitaciones de su memoria? Las razones están relacionadas con el funcionamiento del cerebro.
El hipocampo, que como comentamos en la entrada anterior tiene un rol esencial en la consolidación de los nuevos recuerdos, sufre un serio deterioro en la enfermedad de Alzheimer, lo que incapacita a los afectados para crear nuevos recuerdos. Sin embargo, los patrones cognitivos ya consolidados que son fruto de la práctica y la experiencia profesional forman parte de una memoria genérica que depende poco de estructuras subcorticales, como el hipocampo, pues se almacenan en la neocorteza cerebral.
La utilización de técnicas de neuroimagen funcional ha permitido conocer algunos de los mecanismos que explican esta resistencia de los patrones cognitivos muy asentados al envejecimiento cognitivo e incluso a la demencia senil. Por una parte, hay que mencionar la expansión de patrones, consistente en que con la experiencia y la práctica repetida, las zonas cerebrales asignadas a una determinada habilidad se expanden hacia zonas adyacentes del espacio cortical ocupando un área muy amplia. Así, cuando la enfermedad de Alzheimer, u otras demencias, destruye parte del tejido cerebral, habrá más probabilidad de que áreas del tejido asignado a una habilidad no se vean afectadas por el deterioro neurológico cuando la zona es muy amplia. Es decir, si imaginamos que el cerebro es como un queso de gruyere, si la zona que controla el patrón cognitivo es reducida, es probable que uno de los agujeros ocupe y destruya por completa esa zona, mientras que si el área es mayor, quedarán partes intactas que podrán seguir ejecutando las acciones de su responsabilidad.
Por otro lado, con la práctica y la experiencia también disminuyen las demandas metabólicas de las neuronas que realizan una tarea, lo que significa que el cerebro puede resolver adecuadamente algunos problemas rutinarios utilizando menos recursos, como el aporte sanguíneo. Es algo que podemos constatar fácilmente: en la medida en que nos vamos haciendo expertos en cualquier ámbito profesional es menor el esfuerzo que tendremos que hacer para ejecutar tareas que al principio resultaban muy complejas y demandantes de atención y esfuerzo.
Pues bien, ya parece que tenemos una explicación razonable de por qué algunos artistas, y muchos otros expertos de diferentes campos, pueden seguir realizando sus actividades profesionales sin aparente menoscabo, a pesar del daño causado en sus cerebros por enfermedades como el Alzheimer. Y también sacamos una excelente lección muy útil, la de que la práctica continuada de diversas actividades, que nos sirvan para crear patrones cognitivos muy asentados, nos protegen de los efectos del deterioro cognitivo causado por el envejecimiento cerebral. Debemos ejercitar nuestro cerebro, de la misma manera que debemos ejercitar nuestros músculos y nuestro sistema cardiovascular, si queremos tener una buena vejez.