Placeres y dolores del cuerpo y del alma
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Placeres y dolores del cuerpo y del alma



Que el ser humano es una animal social no es nada nuevo. Cientos de filósofos han filosofado al respecto, y parece que no les faltaba razón, a juzgar por los resultados de un estudio reciente que acaba de ser publicado en Science. Como no podía ser de otro modo se trata de un estudio que ha empleado técnicas de neuroimagen, y lo ha hecho para analizar la activación de determinadas zonas del cerebro ante distintas emociones.

Pues bien, parece que las zonas cerebrales que se activan ante el dolor o las recompensas físicas (comida, sexo) son exactamente las mismas que lo hacen ante las penas y placeres de carácter social, como podrían ser la envidia o el schadenfreude, que no es otra cosa que la satisfacción experimentada ante el sufrimiento de alguien a quien no tragamos. Así que la envidia duele como duele una caries. Y que la mala suerte de nuestros enemigos nos causa tanto placer como nuestra buena fortuna.

Pues bien, teniendo en cuenta las bases neurológicas de la envidia, no es de extrañar que la Iglesia incluyese este pesar que sentimos ante el bien ajeno entre uno de los siete pecados capitales. De alguna manera había que combatir este sentimiento que resulta tan feo, por muy sólidas que sean sus bases evolucionistas, que sin duda lo son, pues, como ya hemos comentado en un post anterior (ver aquí), la envidia parece tener un claro valor adaptativo, y la desigualdad y el bajo estatus en el grupo generan estrés y problemas de salud. Otra circunstancia social que genera mucho malestar es la exclusión del grupo o el trato injusto: estamos tan necesitados de cariño y aceptación como de ingerir proteínas.

Y ahora surge la pregunta inevitable ¿cómo es posible que el cerebro haya evolucionado para tratar de forma similar a necesidades físicas y a necesidades sociales? Las primeras (alimentación, sexo, protección del frío) son fundamentales para la supervivencia del individuo y sus genes pero, de forma intuitiva, no parecería que las segundas lo sean tanto. Sin embargo, ahí podríamos estar profundamente equivocados, ya que, por ejemplo, la conexión y la aceptación del individuo por el grupo habrían garantizado sus probabilidades de supervivencia. Y por ello, algunos comportamientos encaminados a fomentar la cohesión del grupo, como la cooperación o la prosocialidad, habrían sido seleccionados naturalmente, y se habrían mantenido gracias al efecto recompensante que provoca la liberación de dopamina por el área tegmental ventral sobre el núcleo accumbens. Es decir, algo parecido a lo que ocurre en nuestro cerebro cuando sentimos placer físico derivado de una buena comida o de la actividad sexual. Pues esas son las paradojas de la naturaleza humana, la buenaventura de los demás nos provoca tanto dolor como el placer que experimentamos ayudando y haciendo bien a nuestros iguales.
Lieberman, M. D y Eisenberger, N. I. (2009). Pains and pleasures of Social life. Science, 323.





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