Durante estos días se ha establecido en la blogosfera un cierto debate acerca de la mayor o menor felicidad de creyentes frente a ateos. El desencadenante de la discusión ha sido la campaña del bus ateo (más bien agnóstico) que varios ayuntamientos han decidido poner en marcha. Pero no voy a hablar sobre esta campaña, aunque el contenido de esta publicidad me parece más interesante que el de muchas otras, sino de un libro que leí hace ya varios años: "La rueda de la vida", autobiografía de Elizabeth Kübler- Ross. La razón de que este debate me haya llevado a escribir sobre esta doctora es que hizo de la creencia en la vida tras la muerte una forma de aliviar el sufrimiento causado por la expectativa de una muerte inminente en sus pacientes y en sus familiares.
Kübler- Ross fue una psiquiatra suiza (creo que fue la primera mujer suiza que se licenció en medicina en su país) que desde 1958 desarrolló su actividad actividad profesional en Estados Unidos. La lectura de su autobiografía nos transmite la imagen de una mujer empática, prosocial, muy implicada en su trabajo y tremendamente luchadora, que siendo muy joven estuvo en Polonia como voluntaria ayudando a las víctimas del Holocausto. Más tarde, su trabajo con enfermos terminales de cáncer en un hospital de Nueva York le llevó a cuestionar el trato que recibían muchos de estos pacientes y a impulsar la humanización de la atención sanitaria. Al contrario de lo que hacían sus colegas, Kübler-Ross animaba a sus pacientes a que hablasen de sus sentimientos y preocupaciones ante la muerte, les escuchaba con atención y les ofrecía apoyo emocional.
A partir de las observaciones y las conversaciones mantenidas con muchos de estos pacientes llegó a identificar 5 fases por las que pasaban las personas antes de morir. Este proceso, que expuso en su primer libro “Sobre la muerte y los moribundos”, supuso el reconocimiento internacional de la doctora por lo novedoso del asunto que abordaba. Estas fases son: Negación, Ira, Negociación, Depresión y Aceptación.
Este modelo fue muy influyente y proporcionó un lenguaje común y unas orientaciones prácticas a todos los profesionales que trabajaban con enfermos terminales, y su contribución a la humanización del trato o atención a estos pacientes está fuera de toda duda. No obstante, su estudio presentaba claras limitaciones metodológicas, por lo que recibió muchas críticas. Incluso se ha cuestionado que más que una mera descripción exploratoria del proceso de morir, se llegó a convertir en una prescripción sobre cómo se debe afrontar este tránsito final, una especie de progreso moral que debe seguirse para el buen morir. Vamos, como la fórmula políticamente correcta de pasar a mejor vida.
El lector de La rueda de la vida se ve atrapado por la fuerza del relato de la vida de la autora: su infancia y adolescencia en Suiza, su trabajo como voluntaria en Polonia, sus comienzos profesionales en Manhattan, todo ello acerca al lector a un personaje que transmite una gran humanidad. Sin embargo, la cosa cambia una vez transcurrido el ecuador del relato, ya que a partir de ese momento Kübler-Ross comienza a decribir sucesos bastante sorprendentes, como sus conversaciones con los espíritus de antiguos pacientes ya fallecidos o sus encuentros nocturnos con su angel de la guarda. En fin, algo que deja totalmente perplejo a quien hasta ese momento había seguido con interés el libro, que en su tramo final se convierte en toda una suerte de despropósitos.
Cuando leí aquello me pregunté por las causas de ese inesperado giro en el relato. Se me ocurren dos posibles explicaciones. La primera es que la doctora no resistió la presión derivada de tanta implicación emocional con sus moribundos pacientes y sus familiares, y terminó perdiendo la razón. La segunda es que la autora pretendía ofrecer una esperanza y un alivio a quienes estaban sufriendo tanto. Como comenté líneas atrás, parece evidente que la creencia en una plácida vida no terrenal, como la que una persona con el carisma y credibilidad de Kübler-Ross describió, libera de muchas angustia y aporta consuelo ante la pérdida de la vida propia y de las personas queridas. ¿No será este regalo postmortem que ofrecen la práctica totalidad de las religiones el motivo de su relativo éxito a lo largo de la historia reciente de la humanidad?
Al final de su vida, la doctora creó en California una clínica para el tratamiento de bebés infectados por VIH, y se rodeó de todo tipo de personajes singulares como médiums, espiritistas y vividores, que se aprovecharon de la ingenuidad de muchas personas atraídas por el carisma de la ex-psiquiatra. El más peculiar de todos ellos fue un supuesto medium que ofrecía a algunas viudas la posibilidad de contactar con sus difuntos maridos teniendo relaciones sexuales con ellas. Por supuesto, el avispado sujeto cobraba por la mediación.
***
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos
***
Jorge Manrique (
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