● Los medios de comunicación, que transmiten una imagen distorsionada de la ciencia, divulgando la imagen arquetípica del “científico loco”, y haciendo un periodismo científico de muy baja calidad.
● La filosofía posmoderna y el cuestionamiento del método científico por parte de autores relativistas como Kuhn o Lakatos, que han defendido y divulgado el relativismo y la irracionalidad en nuestra sociedad, dando igual peso a las ciencias que a muchas pseudociencias. (Estoy totalmente de acuerdo en la sobrevaloración que han tenido estos autores en muchos estudios universitarios de ciencias sociales).
● El excesivo peso que quienes se han formado en Letras o Ciencias Sociales tienen en el mundo de la política, frente a quienes con una formación en Ciencias tendrían una mayor capacidad para analizar de forma analítica los problemas de nuestro país (Para Elías no cabe duda de que quienes estudian Ciencias tienen una inteligencia superior que quienes estudian Letras o Sociales, y apoya esta idea con numerosos datos).
● La falsa asociación entre ciencia o tecnología y muchos problemas sociales, como el calentamiento global, la contaminación o la guerra, por parte de la opinión pública. A juicio de Elías, son los políticos –es decir, personas con formación en humanidades-, quienes toman las decisiones que generan esos problemas, no los científicos.
En fin, Carlos Elías reparte estopa a diestro y siniestro, y lo hace con razón, en muchos casos, y con abundante documentación. A algunos, especialmente a quienes trabajan en “ciencias duras”, les encantará el libro, ya que reabre el eterno debate entre ciencias y humanidades que C. P. Snow planteó a mediados del siglo pasado con su libro “Las dos culturas y un segundo enfoque”, y que continúa abierto a juzgar por el tono lastimero y quejoso de algunos científicos. (También son interesantes en relación con este tema los textos de E. O. Wilson “Consilience: La unidad del conocimiento” y de Stephen Jay Gould “Érase una vez el erizo y el zorro”).
A otros, como a los profesionales de la pedagogía, les resultará excesivo y tremendamente injusto con su profesión, ya que Elías considera a la pedagogía como una ciencia muy blanda, casi una pseudociencia, y a los pedagogos responsables de la mayoría de los males de nuestro sistema educativo, como la penosa formación científica de los estudiantes de secundaria. Tampoco creo que sus compañeros de facultad y profesión (me refiero a su profesión actual, el periodismo) estén encantados con Elías, después de conocer sus ideas.
Finalmente, a algunos, como es mi caso, nos resulta un libro muy interesante que nos ha hecho reflexionar, aunque discrepemos profundamente de muchos de sus planteamientos. Sin duda, el autor, que como ya comenté líneas atrás es profesor de periodismo, ha sabido crear la polémica necesaria para que el libro no pase desapercibido.
Hay que agradecer que el autor sugiera algunas soluciones, aunque no demasiado novedosas, para superar ese distanciamiento entre ciencias y letras, como es incluir una formación básica en filosofía y humanidades en los estudios de ciencias, y una formación en matemáticas y fundamentos científicos a quienes cursan humanidades y ciencias sociales. Fantástica sugerencia que vendría muy bien (véase “el hombre anumérico” de J. A. Paulos), pero algo difícil, por no decir imposible, de llevar a cabo si tenemos en cuenta cómo funciona nuestra universidad.
Algunos blogs que tocan este mismo tema son:
http://golemp.blogspot.com/2008/08/la-razn-estrangulada.html
http://unnombrealazar.blogspot.com/2008/07/la-razn-estrangulada-carlos-elas-ii.html
http://www.delbarrio.eu/2008/09/un-libro-de-un-periodista-que-los.htm