LOS PROLOGUILLOS DE LEÓN FELIPE: MEDITACIONES
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LOS PROLOGUILLOS DE LEÓN FELIPE: MEDITACIONES


 

Los prologuillos de León Felipe inician su libro Versos y oraciones del caminante (1920), y como primer libro del poeta esos prologuillos son toda una declaración acerca de las fuentes de la poesía para él. Su lectura me impactó desde el primer momento en que los leí - ya hace muchos años -. y desde entonces me acompañan en mi diálogo, como cito más adelante, con las tres heridas con las que todos llegamos y que Miguel Hernández cantó con sus versos: la de la vida, la de la muerte, la del amor. Vayan entonces aquí las meditaciones que a lo largo de estos años me han procurado la lectura y relectura de sus versos.

                                                1  Nadie fue ayer,
ni va hoy,
ni irá mañana
hacia Dios
por este mismo camino
que yo voy.
Para cada hombre guarda
un rayo nuevo de luz el sol…
y un camino virgen
Dios.

¿A qué tanto saber, a qué tanta información, si les falta el alma? ¿A qué tanto saber, a qué tanta información, si la imaginación se ahoga? La poesía nos reta con sus versos a responder a estas preguntas. “Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol…  y un camino virgen Dios”.Nos retan los versos de León Felipe cuestionándonos si queremos abrir nuestra alma al sol para reconocer el rayo nuevo; si queremos abrirla a Dios, sea aquello que Dios sea para cada uno, y reconocer así el camino virgen. En tiempos de rentabilidad, de resultado a corto plazo, de fórmulas y soluciones hemos vendido el alma a dudosos flautistas de hamelin. La poesía, como el sol o el Dios de León Felipe, nos reclama nuestra alma, quizá por eso la poesía nos cuesta, no por su dificultad, sino por la entrega que nos requiere. La poesía reclama que la descubramos y para ello no queda más que descubrirnos ante ella… La poesía como palabra desnuda requiere la desnudez del alma que a ella se dirige,  recibiéndola siempre como rayo nuevo, como camino virgen.

                                                  2 POESÍA
 Tristeza y honda ambición del alma…
 ¡cuándo te darás a todos… a todos,
 al príncipe y al paria,
 a todos…
 sin ritmo y sin palabras!

Cuándo, pregunta el poeta, te darás a todos. Y yo me pregunto cuando nosotros nos daremos a la poesía. Dice Joan Margarit, uno de los poetas catalanes que más me impresionan del momento actual: “El poema es ponerse delante de una partitura que se llama poema que ha escrito un compositor que se llama poeta y tú, con tu instrumento, interpretar el poema, por eso hay pocos lectores de poesía… ¿Con qué instrumento? Con un instrumento que no manejará nadie mejor que usted, que es el suyo. Sus esperanzas, sus frustraciones, sus odios, sus amores, todo esto es su instrumento”. Y añade Margarit: “Este también hay que aprenderlo a tocar”. Aprender a tocar este instrumento es querer aprender a tocar nuestra alma… quererla tocar en toda su variedad de sonidos: esperanzas, frustraciones, odios, amores. Tristeza y honda ambición del alma dice León Felipe acerca de la POESÍA, puesto que la poesía nos muestra la tristeza del alma ignorada y su ambición, su deseo de ser escuchada. Y, cierto es, que esta escucha del alma, este acto de profunda intimidad con uno mismo, está más allá del ritmo y de las palabras de las que estas son vagas aproximaciones.

                                                  3 No quiero el verbo raro
 ni la palabra extraña;
 quiero que todas,
 todas mis palabras
 - fáciles siempre
 a los que aman –
 vayan ungidas
 con mi alma.

- Fáciles siempre a los que aman -. Abrir el alma es esencialmente un acto de amor hacia uno mismo, y el poema el espejo en el que ese amor se refleja, un alma que se refleja en otra alma nos dice Yorgos Seferis: “Y un alma si quiere conocerse a sí misma en un alma ha de mirarse;  al extranjero y al enemigo le vimos en el espejo”. Es el poema un intento de un alma por llegar a otra y eso es el amor, un amor que es sobretodo acercamiento. Aun cuando el poema se escriba desde la desesperación o el tedio, desde los abismos del alma como lo hicieron Baudelaire,  Poe  o Trakl,  por citar los primeros que pasan por mi recuerdo, siempre conllevan el deseo del encuentro. El encuentro primero de uno mismo con su alma, y desde ahí hacia otras almas. El poeta no escribe para el público, escribe para las almas.

                                                  4 Y quiero que mi traje,
                                                     el traje de mis versos,
                                                     sea cortado
 del mismo paño recio,
 del mismo paño
 eterno,
 que el manto de Manrique
 - como el de Hamlet, negro –
 amoldado a la usanza de este tiempo
 y, además,
 con un gesto
 mío,
 nuevo.

Son los temas del hombre los temas de siempre, “del mismo paño recio, del mismo paño eterno”, del mismo paño que las tres heridas de Miguel Hernández: la de la vida, la de la muerte y la del amor. Desde tiempos inmemoriales todo gira alrededor de ellas y sobre ellas se escribe y se pinta, se esculpe y se hace música, se filosofa en busca de sus esencias como la ciencia intenta desmenuzarlas en moléculas y átomos en un vano esfuerzo de comprensión. Y así el misterio continúa, o como diría Whitman continúa el “poderoso drama” al que podemos contribuir con un gesto siempre nuevo, nuestro gesto hecho verso.

                                                 5 Que hay un verso que es mío, sólo mío,
como es mía, sólo mía,
mi voz. Un verso que está en mí
y en mí siempre encuentra su medida;
un verso que en mí mismo
acorda su armonía
al ritmo de mi sangre,
al compás de mi vida,
y al vuelo de mi alma
en las horas santas de ambiciones místicas.
Quiero ganar mi verso, este verso
Lejos de todo ruido y granjería.

El verso surge y se escribe en el retiro momentáneo de la agitación de la existencia para que reflejada en el silencio se torne palabra poética. Es una escucha sensible del roce de nuestra alma con la existencia, la escucha atenta del susurro de las hojas agitadas por la brisa, de las olas que rompen en la orilla de la costa. El alma se manifiesta en el sonido. Ni la hoja ni el viento, ni la ola que rompe ni la tierra que la acoge… el sonido. Armonía, ritmo, compás son las palabras utilizadas por León Felipe. Es la palabra musical que eleva al alma en su vuelo. Es en el murmullo del mar que Juan Ramón Jiménez reconoce esa vibración del alma: Rumor del mar que no te oyes tú mismo, mar, pero que te oigo yo con este oír a que he llegado en mi Dios deseante y deseado y que, con él, escucho como él”.

                                                 6 Quiero ganar mi verso,
Este verso;
y quiero
que se vaya quedo,
raudo y sereno
como un dardo certero,
al corazón del pueblo
de todos los pueblos,
al corazón del Universo.

¿Tiene corazón el Universo? El verso quedo, raudo y sereno de León Felipe ambiciona alcanzarlo. ¿Dónde suena el latido al que aspira a llegar?  ¿Que escucha anhela el verso de la inmensidad? El astro orbita, indiferente como la  estrella y la galaxia brillan en la oscuridad de la noche. El verso es un dardo en la noche del mundo, el alma conmovida ante el misterio. Un rayo de luz que trata de iluminar la oscuridad, una nave que quiere alcanzar lo inalcanzable, una mano que intenta asir lo inasible. Es el verso el asombro y la conmoción del alma ante la existencia. El sonido que late en el silencio. El corazón del universo es el misterio y la existencia su latido.

                                                 7 Y
quiero
que sea un cauce sin riberas,
sin presas y sin diques de hierro…
Que mi alma vaya por él
como un río sin frenos…
y suba hasta los montes
o se esconda en el suelo.

El verso, el poema, como el sueño no tiene límites. Ni el tiempo ni el espacio lo encarcelan, la gravedad no lo sujeta, ni la lógica ni la razón le someten. Atraviesa los barrotes de cualquier cárcel, es su exploración la inmensidad, la totalidad su aspiración. Es el verso expansivo de Whitman, su canto a la existencia que León Felipe tanto admiraba y tradujo, el verso que llega a todo sin excepción como el Canto cósmico de Ernesto Cardenal, el verso que ilumina el más recóndito lugar y lo hace objeto de canto y desvelo, de asombro y contemplación. Es el Universo el gran espejo de nuestra alma, la infinita pantalla en la que nuestra alma se refleja buscando alcanzar su propio misterio, buscando escuchar su propio latido.

                                                 8 Y
quiero
que sea superior a mí mismo
y extraño a mi cerebro…
Que no sepa yo nunca
cómo y por qué lo he hecho;
que ignore siempre
eso que llaman manera
o procedimiento.
No
quiero
estar
en el secreto
del arte nunca;
quiero
que el arte siempre
que guarde su secreto;
no quiero domar a la belleza
con mi hierro,
que venga a mi,
quiero,
como una gracia
del cielo.

Elegir el asombro antes que la respuesta. La conmoción antes que la explicación. La contemplación antes que el entendimiento. Una vez más atender el roce antes que la hoja o la brisa, que la ola o la orilla. El roce del alma con la existencia sencillamente nos pide abertura, estar siempre abiertos para dejarnos sorprender por ella. No es sólo la conciencia que busca sino la conciencia que se deja sorprender. No es sólo el anhelo sino el abandono. ¿No es acaso el abandono el destino final del anhelo? El anhelo, siempre deseo insatisfecho, siempre alma herida, ya no es un roce sino también una herida impuesta a la realidad. El abandono, no obstante, es entrega sin espera… Ni la hoja ni la brisa, ni la ola del mar ni la orilla de la tierra buscan nada la una de la otra y, sin embargo, ambas se afectan, y de su encuentro surge un sonido que a las dos les pertenece. LA POESÍA que León Felipe invoca es poesía del abandono, es la POESÍA que, paradójicamente anhela, es la poesía de la gracia a la que también se llega por la poesía del anhelo, la poesía de la herida. Para llegar al roce del encuentro atravesamos primero la herida del encuentro, también ya herido por nuestro anhelo.

                                                 9 ¿No ha de ir más alto mi verso
Que el canto de ruiseñor?
¿Se ha de quedar en la tierra
Sin llegar a ti, Señor,
Perdido, como en el bosque,
El canto del ruiseñor?

¿No se respira el anhelo en estos versos? ¿No es acaso la gran conmoción de nuestra alma el anhelo de su búsqueda? ¿Se quedarán perdidos los versos como el canto del ruiseñor, en el bosque perdido? La primera voz de la poesía es la del alma herida, la del alma que se siente sola y temerosa. ¿No hay nadie en ese bosque que escuche mis versos? León Felipe aspira a ser escuchado por Dios… nada más ni nada menos. Y la poesía no es sólo intento de llegar a Dios, o a la amada o al amado, al pueblo o a los pueblos, o a la vida o a la muerte o aquello a lo que sus versos se dirijan, sino de llegar a uno mismo. ¿Cómo buscar ser escuchado si a mí mismo no me oigo? El anhelo es sordera con uno mismo y, no obstante, es el primer llamado de nuestra alma para ser oída. Es el fuego que arde y nos quema y que nos lleva a la búsqueda hasta que por fin, en el largo camino, nos encontremos a nosotros mismos, cuando por fin el abandono sigue al anhelo. Sólo el abandono logra que nuestro yo roce con nuestra alma, y los ojos y oídos y manos que tanto buscaron fuera se vuelvan hacia dentro.

                                             10 Yo te veo, Señor, con un hierro encendido
Quemándome la carne hasta los huesos…
Sigue, Señor,
Que de ese hierro
Han salido
Mis alas y mi verso.

¿Cuál es ese hierro encendido en el que se quema la carne del poeta hasta sus huesos? Es la ausencia (cuya etimología es separación o alejamiento del ser). El anhelo se construye sobre una ausencia a la que sentimos pertenecer y que nos pertenece y de la que fuimos expulsados como Adán y Eva lo fueron del Edén. Es esa ausencia la que conmueve nuestra alma. Es ese roce del alma con la ausencia el anhelo, ese fuego que arde y nos consume, ese hierro encendido del que surgen los versos del poeta. Acaso sea éste el enigma de Dios, tan vago y, sin embargo, tan cierto, para él el alma, y para él el Universo visible, y el cielo al fin para él”, dice Whitman en su Canto enigmático. Más cuando al anhelo le sigue el abandono, cuando a la infructuosa búsqueda le sigue la humilde entrega nos llegan también los versos nuevamente de Juan Ramón Jiménez diciéndonos: Todos mis moldes estuvieron, llenos estuvieron de ti; pero tú, ahora, no tienes molde, estás sin molde, eres la gracia que no admite sostén,  que no admite corona,  que corona y sostiene siendo ingrave. Cuando en el abandono el alma roza nuestro yo, la ausencia se torna presencia en su pura ausencia… es a lo sumo un silencio, un silencio sonoro en el que la ausencia no es vacío. La ausencia como un silencio, como un brillo, como un aroma…

                                            11  MAS bajo, poetas, más bajo…
No lloréis tan alto,
No gritéis tanto…
Más bajo, más bajo, hablad más bajo.
Si para quejaros
Acercáis la bocina a vuestros labios,
Parecerá vuestro llanto,
Como el de las plañideras, mercenario.


                                             12 DESHACED ese verso.
Quitadle los caireles de la rima,
el metro, la cadencia
y hasta la idea misma…
Aventad las palabras…
y si después queda algo todavía,
eso
será la poesía.

¿Qué
importa
que la estrella
esté remota
y desecha
la rosa…?
Aún tendremos
El brillo y el aroma.

Antes que la hoja y la brisa, antes que la ola y la orilla ya era el sonido del roce. Finalizo así  mis meditaciones con unos versos de Ernesto Cardenal:

                        Antes del espacio tiempo,
antes que hubiera antes,
al principio, cuando ni siquiera había principio,
al principio,
                       era la realidad de la palabra.
Cuando todo era noche, cuando
todos los seres estaban aún oscuros, antes de ser seres,
existía una voz, una palabra clara,
                                   un canto en la noche.

Y así dejamos que los versos de León Felipe, según su propio deseo, los guie Dios:

                                        
13 ¡QUE OS GUIE DIOS!...

¡Oh pobres versos míos,
hijos de mi corazón,
que os vais ahora solos y a la ventura por el mundo…
que os guíe Dios!
Que os guie Dios y os libre
de la declamación:
Que os guie Dios y os libre
de la engolada voz;
que os guie Dios y os libre
del campanudo vozarrón;
que os guie Dios y os libre
de caer en los labios sacrílegos de un histrión.
¡Que os guie Dios!... Y Él que os sacara
de mi corazón
os lleve
              de corazón
              en corazón.






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