La resonancia magnética funcional y el estudio del cerebro en acción
Psicología ES

La resonancia magnética funcional y el estudio del cerebro en acción



La verdad es que las técnicas de resonancia magnética funcional (fMRI) producen unas imágenes muy hermosas del cerebro en acción, y está más que justificado el enorme poder de atracción que ejercen sobre muchos investigadores de diversos campos relacionados con el comportamiento humano. Ante esas imágenes espectaculares nos quedamos anonadados, como una cobra ante la melodía de la flauta del encantador de serpientes. Yo mismo estoy por retirar la lámina de Edward Hopper que adorna mi despacho y sustituirla por la imagen de un cerebro en acción: esa mezcla de tonos amarillos, anaranjados y rojos, tiene un look de pop-art de lo más decorativo.

Pero no me voy a referir en esta entrada al valor artístico de las imágenes producidas mediante técnicas de resonancia magnética funcional. No se trata de hacer bromas de algo tan serio, pues las aportaciones de las técnicas de neuroimagen al estudio de la psicología del comportamiento humano son de lo más interesante, y el número de artículos que se publican cada año usando dichas técnicas aumenta de forma espectacular año tras año. Probablemente, desde que Conrad Röntgen introdujera en 1895 la técnica de los rayos X no se había conocido un avance similar en el estudio del cuerpo humano.

Sólo voy a comentar una de las limitaciones de este tipo de técnicas, que pueden generar algunos errores interpretativos. Como conocerá el lector, la FMRI proporciona información sobre la actividad cerebral mediante la medición de la señal magnética de la sangre oxigenada como prueba indirecta del suministro de oxigeno y glucosa a la región activada. Aunque pudiera parece lo contrario, esas imágenes tan plásticas son sólo una recreación visual que un software específico realiza de una enorme cantidad de datos. Algunos autores se han referido a que la técnica no discrimina con exactitud entre los procesos excitatorios y los inhibitorios, ya que ambos aumentan la demanda metabólica y el flujo de sangre a la zona afectada, lo que supone una alteración de la señal fMRI. ¿Puede esa indiferenciación entre la señal generada por procesos excitatorios e inhibitorios crear alguna confusión a la hora de interpretar algunas neuroimágenes? Podría ser.

Por ejemplo, el papel del circuito mesolímbico dopaminérgico de recompensa en la implicación de los adolescentes en conductas de riesgo parece evidente, sin embargo, aún no está claro entre los investigadores si durante los años que siguen al comienzo de la pubertad existe un déficit o una hiperexcitabilidad de dicho circuito. Tanto una como otra podría explicar el incremento de las conductas de asunción de riesgos durante estos años (ver aquí) . El déficit llevaría a chicos y chicas a buscar sensaciones más fuertes y recompensas mayores en un intento de compensar el déficit dopaminérgico: experiencias que podrían resultar muy excitantes para sujetos de otras edades, al adolescente le resultarían escasamente estimulantes, como ocurre a quienes padecen el síndrome de deficiencia de recompensa.

Sin embargo, otros autores defienden lo contrario, es decir, que durante la adolescencia habría una mayor activación mesolímbica ante la obtención o anticipación de recompensas. En este caso también habría una mayor asunción de riesgos por parte del adolescente, ya que esa intensa sensación placentera sería difícil de controlar por parte de una corteza prefrontal que aún se muestra bastante inmadura.

No estoy seguro de que esta confusión esté relacionada con la incapacidad de las técnicas de neuroimagen para diferenciar entre procesos de excitación e inhibición, pero es probable que algún lector de este blog con una mayor formación en esta temática pueda arrojar alguna luz sobre el asunto. Mientras tanto seguiremos a oscuras.




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